Señor, te pedimos que nos defiendas de todos los peligros de la mente y del cuerpo y, a través de la intercesión de María, siempre Virgen, Madre de Dios
y de san José, de tus santos apóstoles Pedro y Pablo y de todos los santos,
en tu amorosa bondad nos asegures la salvación y la paz; y que una vez superados todos los errores y adversidades tu Iglesia pueda servirte en seguridad y libertad.
Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él, dejándolo
todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su asa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los
fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?» Jesús les replicó: «No necesitan
médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
(Lc 5, 27-32)
ORACIÓN
Gracias porque nos necesitas
En tu silencio acogedor nos ofreces ser tu palabra traducida en miles de lenguas, adaptada a toda situación.
Quieres expresarte en nuestros labios, en el susurro del enfermo terminal, en el grito que sacude la injusticia, en la sílaba que alfabetiza a un niño.
En tu respeto a nuestra historia, nos ofreces ser tus manos para producir el arroz, lavar la ropa familiar, salvar la vida con una cirugía, llevar en la caricia de los dedos el alivio de la fiebre sobre la frente o enciender el amor en la mejilla.
En tu aparente parálisis, nos envías a recorrer caminos.
Somos tus pies y te acercamos a las vidas más marginadas, pisadas suaves para no despertar a los niños que duermen su inocencia, pisadas fuertes para bajar a la mina o llevar con prisa una carta perfumada.
Nos pides ser tus oídos, para que tu escucha tenga rostro, atención y sentimiento, para que no se diluyan en el aire las quejas contra tu ausencia, las confesiones del pasado que remuerde, la duda que paraliza la vida, y el amor que comparte su alegría.
Gracias, Señor, porque nos necesitas.
¿Cómo anunciarías tu propuesta sin alguien que te escuche en el silencio? ¿Cómo mirarías con ternura, sin un corazón que sienta tu mirada? ¿Cómo combatirías la corrupción sin un profeta que se arriesgue, sin ver con ojos nuevos la utopía del reino en el brote germinal que apenas rompe la cáscara del miedo?
La mirada de Jesús cambió la vida de Leví. Dios, hoy también te mira a ti. Mírale… y escucha su llamada. Te pide que cambies; que salgas de ti mismo y te abras a las personas que a tu lado necesitan tu apoyo. No te quedes ahí indiferente.
Colaboran activamente con SED aquellas que trabajan en la consecución de un mundo más justo y solidario. No solo es posible, sino que es imprescindible, y necesitan de ti.
ORACIÓN FINAL
Esta mañana enderezo mi espalda, abro mi rostro, respiro la aurora, escojo la vida.
Esta mañana acojo mis golpes, acallo mis límites, disuelvo mis miedos, escojo la vida.
Esta mañana miro a los ojos, abrazo una espalda, doy mi palabra, escojo la vida.
Esta mañana remanso la paz, alimento el futuro, comparto alegría, escojo la vida.
Esta mañana te busco en el otro, te alzo del fango, te cargo tan frágil, escojo la vida.
Esta mañana te escucho en silencio, te dejo llenarme, te sigo de cerca, escojo la vida.