Atended, y mirad si hay dolor como mi dolor
(Lam 1, 12).
En Cristo paciente hubo el dolor verdadero sensible, que es causado por algún daño corporal; y también el dolor interior, producido por la percepción de algún daño, que se llama tristeza. Ambos dolores fueron en Cristo los mayores que pueden sufrirse en la vida presente. Esto acaeció por cuatro razones.
I. Por las causas del dolor. Porque la causa del dolor sensible fue la lesión corporal, la cual resultó acerba, ya por la generalidad de los padecimientos, ya también por el género de ellos, pues la muerte de los crucificados es acerbísima, al ser clavados en las partes nerviosas y más sensibles, esto es, en las manos y los pies, y además que el peso mismo del cuerpo pendiente acrecienta continuamente el dolor; también se prolonga el sufrimiento, puesto que no mueren inmediatamente como los que son pasados a cuchillo.
La causa del dolor interior fue:
1º, todos los pecados del género humano por los que satisfacía padeciendo, y que casi se los atribuye cuando dice: Las voces de mis delitos (Sal 21, 2);
2º, especialmente la caída de los judíos y de los demás que pecaban en su muerte, y principalmente de sus discípulos, que se escandalizaron en la Pasión de Cristo; 3º, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible a la naturaleza humana.
II. La magnitud de su dolor puede considerarse por la percepción del paciente según el alma y según el cuerpo. Según el cuerpo tenía una complexión perfecta, puesto que fue formando milagrosamente por obra del Espíritu Santo, y por eso sobresalió en él el sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor.
El alma percibió también eficacísimamente, según las fuerzas interiores, todas las causas de la tristeza.
III. La magnitud del dolor de Cristo puede considerarse por la pureza del dolor y de la tristeza, pues en los demás pacientes se mitiga la tristeza interior, y hasta el dolor exterior, por alguna consideración de la razón, por medio de cierta derivación o redundancia de las potencias superiores a las inferiores; lo cual no ocurrió en Cristo paciente, porque dejó hacer a cada una de sus fuerzas lo que le es propio.
IV. Puede considerarse la magnitud del dolor de Cristo paciente porque tomó voluntariamente estos padecimientos y el dolor con el fin de libertar a los hombres del pecado, y por consiguiente tomó tanta cantidad de dolor como correspondía a la magnitud del fruto que de ello resultaba. Luego, de todas estas causas, consideradas en conjunto, aparece manifiesto que el dolor de Cristo fue el mayor.
(3ª, q. XLVI, a. 6)
II. La magnitud de su dolor puede considerarse por la percepción del paciente según el alma y según el cuerpo. Según el cuerpo tenía una complexión perfecta, puesto que fue formando milagrosamente por obra del Espíritu Santo, y por eso sobresalió en él el sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor.
El alma percibió también eficacísimamente, según las fuerzas interiores, todas las causas de la tristeza.
III. La magnitud del dolor de Cristo puede considerarse por la pureza del dolor y de la tristeza, pues en los demás pacientes se mitiga la tristeza interior, y hasta el dolor exterior, por alguna consideración de la razón, por medio de cierta derivación o redundancia de las potencias superiores a las inferiores; lo cual no ocurrió en Cristo paciente, porque dejó hacer a cada una de sus fuerzas lo que le es propio.
IV. Puede considerarse la magnitud del dolor de Cristo paciente porque tomó voluntariamente estos padecimientos y el dolor con el fin de libertar a los hombres del pecado, y por consiguiente tomó tanta cantidad de dolor como correspondía a la magnitud del fruto que de ello resultaba. Luego, de todas estas causas, consideradas en conjunto, aparece manifiesto que el dolor de Cristo fue el mayor.
(3ª, q. XLVI, a. 6)