Día 23-Predicación de la samaritana

Jueves de la tercera semana de Cuaresma

La mujer, pues, dejó su cántaro,
y se fue a la ciudad
(Jn 4, 28)

Esta mujer, después de haber sido instruida por Cristo, tomó el oficio de los Apóstoles
Tres cosas se señalan que pueden colegirse de sus dichos y hechos:

I. El afecto de devoción, que se manifiesta de dos maneras: 
En primer lugar, porque a causa de la intensidad de su devoción, como olvidada de aquello por lo que especialmente había venido a la fuente, abandonó el agua y el cántaro. 

Refiriéndose a ello dice (la Escritura) que la mujer dejó su cántaro y se fue a la ciudad, para anunciar las grandezas de Cristo, sin preocuparse de la ventaja corporal por la utilidad de los demás, en la cual sigue el ejemplo de los Apóstoles que, dejadas las redes, siguieron al Señor (Mc 1, l8). 

Por el cántaro se entiende la concupiscencia del siglo, por la que los hombres sacan las voluptuosidades de lo profundo de las tinieblas, de lo cual es imagen el pozo, esto es, de la vida terrena. Por eso, los que abandonan, por amor de Dios, las concupiscencias del siglo, abandonan el cántaro.

En segundo lugar, su afecto se manifiesta por la multitud de aquellos a quienes anuncia, porque no a uno solamente, o a dos o tres, sino a toda la ciudad. Por eso se dice y se fue a la ciudad.

II. El modo de su predicación. Y dijo a aquellos hombres: Venid y ved a un hombre (Jn 4, 28-29).

1º) Invita a ver a Cristo: Venid y ved a un hombre. No dijo al instante que fuesen a ver a Cristo, para no darles ocasión de blasfemar, sino que primero dijo de Cristo cosas que eran creíbles y a simple vista, a saber: que era hombre. Ni dijo "creed", sino venid y ved, pues sabía que, si gustaban de aquella fuente, viéndolo, experimentarían las mismas cosas que ella; y ella imita el ejemplo del verdadero predicador, que llama a los hombres, no para sí, sino para Cristo.

2º) Da una prueba de la divinidad de Cristo, cuando dice: Que me ha dicho todas cuantas cosas he hecho (Jn 4, 29), es decir, que había tenido muchos maridos. No se avergonzó de referir las cosas que eran para su confusión, porque habiendo sido inflamada su alma en el fuego divino, no atiende a ninguna de las cosas que son de la tierra, ni a la gloria, ni a la vergüenza, sino únicamente a aquella llama que la retiene. 

3º) Sacó por consecuencia la majestad de Cristo, diciendo: ¿Si quizá es éste el Cristo? (Ibíd. 29). No se atrevió a decir que era el Cristo, para que no pareciese que quería enseñar a los otros, y, airados éstos por ello, no quisiesen ir a verlo. Tampoco lo calló totalmente, sino que lo propuso como pregunta, como confiándolo al juicio de ellos, pues éste es el procedimiento más fácil para persuadir.

III. El fruto de la predicación. Salieron entonces de la ciudad, y vinieron a él (Jn 4, 30). En esto se da a entender que si queremos ir a Cristo, es necesario salir de la ciudad, esto es, abandonar el amor de la concupiscencia carnal. Salgamos, pues, a él fuera de los reales (Hebr 13, 13).
(In Joan., IV)