Día 26-Cristo con su pasión nos abrió la puerta del cielo

Cuarto Domingo de Cuaresma

Por tanto, hermanos, teniendo confianza
de entrar en el Santuario por la sangre de Cristo.
(Hebr 10, 19).

La clausura de la puerta es un obstáculo que impide a los hombres la entrada. Pero los hombres son privados de la entrada en el reino celestial por causa del pecado, pues como se dice en Isaías (25, 8): Se llamará camino santo; no pasará por él hombre mancillado.

Hay dos clases de pecados que impiden la entrada en el reino celestial18
Uno, común a toda la naturaleza humana, que es el pecado del primer padre; y por este pecado se cerraba al hombre la entrada en el reino celestial. Por esto se lee en el Génesis que, después del pecado del primer padre, delante del paraíso puso (Dios) Querubines, y espada que arrojaba llamas, y andaba alrededor para guardar el camino del árbol de la vida.
Otro es el pecado particular de cada persona, que se comete por el acto propio de cada hombre.

Por la Pasión de Cristo fuimos librados no solamente del pecado común a toda la naturaleza humana, en cuanto a la culpa y en cuanto al reato de la pena, pagando él el preció por nosotros, sino también de los pecados propios de cada uno de los que participan de la Pasión de Cristo por medio de la fe, de la caridad y de los sacramentos de la fe. 

Y por eso la Pasión de Cristo nos abrió la puerta del reino celestial. Esto es lo que dice el Apóstol a los Hebreos (9, 11): estando Cristo ya presente, Pontífice de los bienes venideros... por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo hallado una redención eterna. 

Y esto se presentaba figuradamente en los Números, donde se dice que el homicida se estará allí, esto es, en la ciudad en que se había refugiado, hasta que muera el sumo sacerdote; muerto el cual, podrá regresar a su casa (Num 35, 25).

Los santos padres, haciendo obras de justicia, merecieron entrar en el reino celestial por la fe en la Pasión de Cristo, según aquello del Apóstol: Los cuales por fe conquistaron reinos, obraron justicia (Hebr 11, 33); por ella también era purificado del pecado cada uno de ellos, respecto a la purificación de la propia persona. La fe o la justicia de alguno no bastaba, sin embargo, para remover el impedimento que provenía del reato de toda humana criatura. Ese reato fue realmente removido por el precio de la sangre de Cristo.

Por eso, antes de la Pasión de Cristo, no podía ninguno entrar en el reino celestial y alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en el pleno goce de Dios.

Cristo nos mereció con su Pasión la entrada en el reino celestial y removió el obstáculo; pero, por su ascensión, nos introdujo, por decirlo así, en la posesión del reino celestial. Por eso se dice que subirá delante de ellos el que les abrirá el camino (Miq 2, 13).
(3ª, q. XLIX, a, 5)

18 Abrir las puertas del cielo no es otra cosa que hacer expedita la consecución de la eterna bienaventuranza.