Reflexión 13avo. día de Cuaresma-Ciclo C

Lucas (6,36-38):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Palabra del Señor

José María Vegas, cmf
La perfección de la misericordia

El segundo domingo de Cuaresma es una llamada a la escucha de la Palabra. No se trata de escuchar secretos arcanos que nos sacan de nuestra realidad cotidiana. Dios nos ha dado esa Palabra en Jesucristo, al que debemos escuchar y que nos habla con palabras humanas. La Palabra escuchada nos purifica y nos cura: nos abre los ojos para ver la luz, para descubrir en el hombre Jesús al Hijo de Dios y Salvador. El pecado fundamental, como nos recuerda hoy el profeta Daniel, es “que no hemos obedecido la voz del Señor”. Pero en contacto con Jesús podemos corregir ese pecado, en cierto sentido inevitable, por nuestra característica debilidad. Pero hablamos de corregir, no en el sentido de que vivamos una vida de absoluta perfección, sin defectos, sin tacha (esa debilidad nos persigue siempre). Es una gran verdad cuando decimos que “todos somos pecadores”. Pero ese pecado fundamental, que consiste en cerrar los oídos y el corazón a la voz del Señor, no está sobre todo en que tengamos defectos y limitaciones, sino en la diversa medida que usamos para juzgar los propios pecados y los ajenos. Los propios con indulgencia, buscando siempre atenuantes que nos excusan o disculpan; en los demás, con tanta frecuencia, sin misericordia, con dureza, no dando resquicio al perdón.

Escuchar la voz del Señor que nos habla y con su Palabra nos cura y purifica, significa, más que abandonar para siempre nuestros defectos y pecados, alejarnos de esa dureza de corazón que condena sin piedad los pecados de los demás (posiblemente de ciertos grupos, de determinadas personas), y adoptar la generosidad del perdón y la misericordia. Si queremos que Dios sea indulgente con nosotros, tenemos que adoptar esa misma medida a la hora de juzgar a los demás. De esa manera nos estaremos convirtiendo en agentes de la reconciliación que Jesús, Palabra encarnada, ha venido a traernos a todos, y, si bien no por eso superaremos inmediatamente todas nuestras limitaciones, estaremos atrayendo hacia nosotros esa misericordia generosa y abundante de Dios, que es la que realmente (y no nuestros esfuerzos morales) nos cura, nos salva, nos acerca a la perfección del amor.


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ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA

Señor mío, Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte.

PEDIRTE la gracia de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese sacrificio.

Y AGRADECERTE con obras lo mucho que me amas: ¡ Tuyo soy, para ti nací ! ¿qué quieres, Señor, de mí?



Día 13º. 
Amar al enemigo.

 Perdonar todo y siempre. El 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima, miles de personas acuden a la plaza de San Pedro para ver a Juan Pablo II. Una niña rubia con un globo azul levanta sus manitas al Papa, que la toma en sus brazos y la levanta en alto sonriente. "Nada hacía presentir -comenta el secretario del Papa, don Estanislao- lo que iba a suceder. Cuando el Santo Padre daba la segunda vuelta a la plaza, el turco Alí Agca disparó contra él, ( ... ). Yo estaba sentado como de costumbre detrás de¡ Santo Padre, y la bala, a pesar de su fuerza, cayó entre nosotros en el automóvil, a mis pies. La otra rozó el codo derecho, quemó la piel y fue a herir a otras personas ( ... )".

"¿Qué pensé? Nadie creía que una cosa así fuera posible ( ... ) Vi que el Santo Padre había sido alcanzado. Entonces le pregunté:

¿Dónde está herido?" Me respondió: "En el vientre". Todavía le pregunté: "¿Es doloroso?". Y me respondió: "Sí"."

"El Santo Padre no nos miraba. Con los ojos cerrados, sufría mucho y repetía breves plegarias exclamatorias. Si no recuerdo mal, eran sobre todo: "¡María, Madre mía! ¡María, Madre mía!."

"Cuando llegamos al hospital todo era confusión. Una cosa era prepararse para recibir a un Papa, y otra verle llegar exangüe e inconsciente La operación duró cinco horas y veinte minutos, el pulso era casi imperceptible. Todos temíamos lo peor. Le administré el sacramento de la Unción, justo antes de la intervención. El Santo Padre estaba inconsciente."

"La esperanza renació durante la operación gradualmente. Al principio parecía que la muerte era inevitable: el Santo Padre había perdido las tres cuartas partes de su sangre".

"Es extraordinario que la bala no destruyese en su trayectoria ningún órgano esencial. Una bala de nueve milímetros es un proyectil de una brutalidad inaudita. Para no causar daños irreparables en una parte tan compleja del cuerpo, tuvo que seguir una trayectoria improbable. Pasó a unos milímetros de la aorta. Si la hubiera alcanzado, habría sido la muerte instantánea. No tocó la espina dorsal ni ningún punto vital. Digamos, entre nosotros, milagrosamente. "

El Papa estuvo en serio peligro de muerte hasta el 15 de julio. Pero en cuanto pudo, Juan Pablo II se desplazó hasta la cárcel donde estaba prisionero Alí Agca, quien le disparó. Habló con él, a solas, durante mucho tiempo. Le perdonó. Le ayudó.

Señor, qué ejemplo para mí. Como Tú, que perdonaste desde la Cruz a los que crucificaban: "Perdónales, Padre". iQue perdone siempre! ¡Ayúdame! Como cristiano no puedo guardar rencor nunca, me hagan lo que me hagan.

Continúa hablándole a Dios con tus palabras


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ORACIÓN FINAL

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en la Cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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