El emperador Balduino entregó en prenda la Santa Reliquia a unos mercaderes venecianos de Constantinopla. Rescatada y ofrecida a San Luis, rey de Francia, éste, para albergarla, hizo construir la Santa Capilla en el recinto de su palacio de París.
Algunas espinas se distribuyeron entre distintos santuarios; una de ellas quedó en su relicario, que actualmente se conserva en el Museo británico de Londres. La reliquia principal se guarda en el Notre Dame de París.
San Jerónimo, en el año 380, menciona el descubrimiento que hizo Santa Elena, un siglo antes, de la Cruz del Salvador, así como la inscripción que había en ella y los clavos; años más tarde, San Paulino de Nola cita también la corona de espinas que desde el siglo IV está representada en un sarcófago que se conserva en el Vaticano.
La reliquia de Notre Dame estuvo hasta el año 1063 en el convento del Monte Sión de Jerusalén. De aquí se trasladó a Constantinopla desde donde se cedió a San Luis en 1239. Es una simple diadema de junco al que se unieron, arrollándolas, ramas espinosas de zarza que todavía crece a lo largo de la Vía Dolorosa.
Conocida es la bella leyenda del petirrojo que quitaba con su pico las espinas de la cabeza de Cristo, cuya preciosa sangre tiñó para siempre el cuello de estos pájaros.
La corona de espinas fue utilizada por los soldados romanos para humillarlo, ya que con ella lo coronaban burlonamente como rey de los judíos, además de ocasionarle dolor y daño físico.
En los Santos Evangelios podemos encontrar referencias de ella en los libros de San Juan 19:2, 5; San Mateo 27:29; y de San Marcos 15:17
Dolor, humillación y gloria de las espinas
Rosario. Tercer Misterio Doloroso
“La coronación de espinas”, lienzo de Tiziano Vecellio. Museo Nacional del Louvre, París (Francia). |
Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Dolor añadido, por si fuera poco la flagelación. Pero había que martirizar cada parte de su cuerpo. Después de la flagelación y la corona sólo quedaban sin torturar las manos y los pies. Pero por poco tiempo.
Si sólo le hubieran coronado de espinas, excluyendo los demás tormentos, hubiera sido terrible, dolorosísimo; pero juntaron herida sobre herida, dolor sobre dolor, hasta convertir todo su cuerpo en una herida en carne viva.
Pero las espinas llevaban en su punta cruel un veneno; la humillación, la burla infinita contra el tres veces Santo. “De Dios nadie se ríe” se lee en la Biblia. ¿Qué de Dios nadie se ríe? Todos se burlaron, y de la forma más humillante: Fue un paréntesis que concedió la Misericordia a la maldad de los hombres: Se rieron, se burlaron, le pegaron, le escupieron, le torcieron la boca, le llamaron blasfemo a Dios. Y no cayó ningún rayo. ¿De Dios nadie se ríe?...De Dios se rieron todos en la pasión...
Pero la corona de espinas es gloriosa. Sus espinas terribles significan tanto amor, tanto perdón y tan gran misericordia que son benditas. Líbreme Dios de gloriarme si no es en las espinas de su corona. Los azotes, las espinas, las humillaciones gritan el amor de Dios a cada uno de los hombres. Me amaste y te entregaste a la flagelación por mí. Me amaste y te entregaste a la coronación de espinas por mí.
“¿Luego Tú eres Rey?- Le preguntó Pilato.
Sí. Rey de las espinas, el Rey del amor, de la Misericordia, el Rey de los corazones. Reinará siempre teniendo como escabel de sus pies a todos sus enemigos. Los que alguna vez le retaron, le insultaron, se befaron, caerán mudos de espanto a sus pies.
La forma de convertirse en rey contrasta con la de todos los demás: No fue por la espada, sino por la humillación. Pero su reino no es efímero como los demás. Es eterno y durará por los siglos de los siglos. Más vale que, si hemos guerreado en el bando enemigo, nos pasemos a sus filas como quien le pidió un día: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. De lo contrario ese rey humilde del que todos se rieron, un día nos dirá: “Apartaos de mí para siempre”.
Rey de mártires , de confesores, de vírgenes...de los mejores hombres y mujeres que han existido. Rey de miles de niños y niñas que demostraron ser más valientes que muchos adultos. Rey de innumerables convertidos: transformados de asesinos y ladrones y perversos en santos. Rey de los más difíciles. La mitad de sus mejores súbditos fueron primero grandísimos sinvergüenzas. Se pasaron del otro bando al de Cristo. Tuvieron tiempo para pensarlo, y optaron por Él.
Si pienso en mis pecados a fondo, me turbo, me aniquilo, siento la tentación de la desesperanza. Por eso prefiero pensar en el amor que perdona toda esa deuda y entonces me enardezco y me apasiono de amor por Él. Judas se ahorcó con la soga de la desesperación. Pedro se salvó con las lágrimas del arrepentimiento y del amor triunfador. A todos los reprobados en el amor Jesús les ofrece una segunda vuelta con tres preguntas iguales:”¿Me amas?” Si la respuesta es “Tú sabes que te quiero”, pasan el examen, y son admitidos de nuevo en su ejército. Por eso, aunque uno sea malo, perverso, si se atreve a arrepentirse y a amar otra vez, tiene salvación.
¡Oh bendita corona de dolor, de humillación y de gloria! Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la corona de espinas, en los azotes, los clavos y la cruz de Jesús, por los cuales he sido salvado del eterno dolor.
En la Pasión todo habla de amor, grita el amor. Cada hombre cuenta con ese amor divino durante toda la vida. Todavía el último día uno puede exclamar:”¡OH divino y bendito dolor, sálvame!” Y siempre escuchará la misma respuesta: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.